SOBRE JUGUETES Y EL OLVIDO DE LA INFANCIA
Soy de la primera generación que tuvo acceso a los videojuegos pero que todavía usó juegos tradicionales no electrónicos. En aquella época Lily Ledy, Ensueño y otras pocas compañías dominaban el mercado local. Uno podía leer la dirección en los empaques; todos se hacían en México. No sabíamos de globalización ni de juguetes ultra baratos debido al exceso de chinos y chinas de aquel país. La consola ATARI tenía gráficos que ningún niño actual aceptaría y empezamos a escuchar la letanía de que causaba adicción, retraimiento y pérdida de la creatividad.
Recuerdo mucho a lo soldaditos de plástico inyectado. Tenía dos soldados alemanes de 20 cm de alto, uno lanzando una granada y otro recibiendo disparos, cayendo herido; podías ver los huecos de entrada dejados por las balas. Todos con sus amplias bases de plástico por cuestión de equilibrio. Y por sobre todo, la gama enorme, inmensa de los luchadores cuya única diferencia era el color pintado en su mallas y mascaras.
¡Pero qué grandes cosas realizaban! Con un solo movimiento mental eran astronautas capaces de volar por el cosmos; eran soldados que tuvieron a bien tomar las fortificaciones de cajas de zapatos de Máma o la torre de VHS o Betas de tu hermano.
Solo que llega un momento en tu vida en el que tratas de renegar de la infancia y de todo aquello que la simbolice por sentir que ya debes crecer; entonces dejas de jugar como si de eso se tratara ser mayor. A mis alumnos de secundaria les comento lo difícil que debe de ser para ellos el querer jugar y que tu amiguísimo ya no porque quiere hablar de cosas de “grandes“: música, grupos, chicas.
Hay un chiste sobre Pepito jugando en la calle y pasa caminando una mujer hermosa en minifalda; Pepito se queda viéndola. Voltea a ver a su amiguito y le dice: “¿Sabes? A veces tengo la sensación que en la vida hay más que solo futbol, dulces y travesuras”.
Si tus juguetes sobreviven a esa etapa, tendrás algo con lo cual conectarte con tus sobrinos o hijos.
Guardé durante años mis Amos del Universo y mi hijo jugó con ellos. Recuerdo que me pido permiso para jugar con la casita y casi me da el infarto: “¿Cómo que casita? ¿Cómo que casita? ¡Es el castillo Greyskull !” Pero él ya no tenía el contexto para entender la gloria del lugar.
De los juegos actuales tal vez solo se salven los de estrategia en tiempo real pues te exigen administración de recursos, soldados y aldeanos, generación de civilización para sostener el esfuerzo bélico y toma de decisiones de acuerdo a condiciones cambiantes.
Y no es un asunto de ñoños, nerds o tontos que no quieren dejar de ser niños; habría que evaluar lo que significa ser “grande”.
Si no tienes tiempo para jugar por el placer de hacerlo, bueno, tal vez eso pueda explicar el desasosiego que sientes.
No hay que dejar a la infancia tan atrás
Acta non verba: Te invito a que te dejes llevar por el gusto del juego. Hay un momento en la vida de toda persona en el cual hay que dejar de dar explicaciones, sin caer en irresponsabilidades, sobre las cosas que hacemos. Si te dicen “pareces niño“, diles que esa es la idea. Hazlo por hacerlo. Si todavía tienes tus juguetes por ahí, ve por ellos y recuerda, tan sólo recuerda.
Y tal vez, como hace Andy al final de Toy Story 3, decidas dedicarles un último juego junto con las nuevas generaciones de tus hijos o sobrinos.
Hay que realizar el cambio de guardia.

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