El fogonero.


Querido Amigo:

He meditado los muchos temas que discutimos en los últimos meses (discusión en el sentido de intercambio de ideas, no de pelea a gritos) y he podido detectar ciertos patrones de plática que me avocaré a repasar en estas líneas. Siempre te he dicho que valdría la pena grabar nuestras conversaciones y repasarlas después con calma. Ahora me quiero detener en las ideas que planteas sobre el cuento “El fogonero” de Franz Kafka.

En ese cuento, un hombre europeo finalmente consigue viajar hacia América en un barco donde el capitán es su pariente. Esto le va a permitir sentarse en la mesa principal durante las cenas lo cual le podría ayudar a relacionarse con los pasajeros más importantes y ricos y tener mejores posibilidades al llegar.

Antes de la primera cena, éste hombre decide pasear y termina metiéndose en las entrañas mismas del barco hasta llegar a la zona donde trabajan los fogoneros, hombres que alimentaban carbón con palas a las calderas del barco. El trabajo más duro de todos, el más sucio, el más “bajo”.

Comienza una plática con uno de ellos y termina enfrascándose tanto en la discusión que decide quedarse a convencerlo de sus errores. Toma un pala y comienza a trabajar con él. El capitán lo manda buscar y le avisan que ya lo esperan para la cena. Él decide quedarse con el fogonero.

Tú, querido amigo, has puesto este cuento como un ejemplo de cómo a veces decidimos concentrar nuestros esfuerzos en cosas que no valen la pena. ¿Porqué perder el tiempo convenciendo al fogonero, representación de los hombres incultos y poco preparados, cuando tienes todas esa posibilidades, representadas por el capitán y sus pasajeros?

Sin embargo, también defiendes la idea de que cada quien debe decidir para su fuero interno, para uno mismo y no por la valoración que otros le den a los hechos.


Un tío tuyo llegó hace mucho tiempo para cuestionar tus decisiones, cuando parecía que estabas quedándote con un “fogonero” (o fogonera para el caso) y descuidabas al “capitán y sus pasajeros”. Es más, puede ser que al referirme a ella como “fogonero” te hayas ofendido y molestado dado que para ti ha demostrado cuando vale y cada recuerdo te es muy caro.

El cuento ya no lo establece, pero ¿y si el europeo se siente realizado al estar ahí? ¿Y si al final del viaje ha convencido al fogonero? ¿Y si el europeo dice que valió la pena?

Entonces, ¿quién define quién es un fogonero? ¿Quién determina lo “valioso” de los hechos? ¿Qué características debe de tener alguien o algo para ser considerado adecuado, pertinente, atractivo? ¿Lo valioso se determina a posteriori? Repito, ¿según quién?

Recuerdo a mi padre mostrándome avisos clasificados para que regresara a la industria y ya no diera clases. En ese momento entendí que para él las clases eran un “fogonero” al que no valía la pena dedicar todo mi tiempo.

Para terminar querido amigo, te agradezco las ideas que me haces meditar y que a veces tienen la mala costumbre de despertarme en la madrugada cuando dos de ellas se conectan de formas nuevas.

Ideas “fogoneras” que me quitan mi “valioso” descanso pero que valen cada segundo.

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